domingo, 17 de enero de 2016

El emperador desnudo.

La polémica sobre el cartel pintado por Willy Ramos para anunciar la Semana Santa murciana es el viejo debate sobre el arte moderno. Es el conflicto entre el “arte oficial” y el gusto de la gente. El pintor colombiano, famoso por su estilo desenfadado y colorista, ha retratado en trazos negros un Cristo torturado y doliente con un resplandor dorado sobre fondo morado.
Que haya diversidad de opiniones es absolutamente normal; hay gente que admira y valora la fuerza, la originalidad, la soltura o la gracia del trazo del artista y otros que consideran la obra fea o carente de gracia.
Por otra parte estamos quienes, más allá de la valoración estética de la obra, opinamos sobre su pertinencia como emblema de la Semana Santa Murciana. Nuestra Pascua es una fiesta peculiar.  Nuestras Procesiones no están destinadas a conmemorar tanto el sufrimiento, el dolor y la tristeza de la Pasión de Cristo como la alegría del cristiano por la Resurrección. Por eso nuestra Pascua es tan alegre, tan festiva, que algunos la tachan de pagana, porque de algún modo la Semana Santa murciana entronca con esa primitiva Pascua precristiana en la que los pueblos mediterráneos celebraban la Primavera, el renacer de la vida. Así entendemos algunos la explosión de luz, color y movimiento de imaginería barroca en que consiste nuestra Semana Santa. Y por todo ello, hay algunos que consideramos el cartel poco apropiado, porque su diseño y factura no transmiten al foráneo lo que significa visitar Murcia en esa mágica Semana. Con mayor motivo criticamos la elección del cartel cuando el motivo anunciado era “El Resucitado”, cuyo Titular, de José Planes, apenas vemos reflejado en el diseño, menos aún su simbología. Si queremos conservar nuestras tradiciones, mantener la esencia de una fiesta centenaria, y difundirla fuera de nuestras fronteras, más nos valdría elegir un cartel que anuncie al visitante la maravillosa experiencia cultural, social, artística y religiosa que le espera en Murcia.

Que haya diversidad de gustos y opiniones resulta comprensible. Lo que sorprende es la actitud de “superioridad” que parecen adoptar algunos defensores de la obra. Se trata de presentar el cartel caracterizado por ciertos valores ocultos para el común de los mortales y sólo visibles para aquellos “iniciados” que poseen ciertos conocimientos mistéricos. Siempre me ha sorprendido esta actitud de algunos “entendidos” en Arte, capaces de ver sublimes cualidades en algo que cualquiera considera simplemente feo o carente de gracia. Esta clase de “arte moderno” y la actitud de algunos de sus defensores me recuerdan el viejo cuento del emperador desnudo, cuya desnudez nadie se atrevía a denunciar por miedo a ser tachado de impuro.

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