
La historia no es totalmente verídica. Parece ser que desde antiguo los murcianos sacaban en rogativa a toda imagen religiosa para proteger a sus campos. Incluso, en el siglo XVI se pedía agua a los Reyes Magos. El cambio de advocación de una a otra Virgen se debió más bien a los enfrentamientos entre el Cabildo y el Obispo y quizás a la evolución de los gustos artísticos populares, que prefirieron una talla más barroca, como la Fuensanta, frente a la románica de la Arrixaca.
Pero la adoración a la Fuensanta es anterior incluso a la propia imagen. Las noticias históricas más antiguas proceden del siglo XV y se refieren a las propiedades taumatúrgicas del manantial que brotaba de la cueva.

A principios del siglo XVII llegó a Murcia, junto a la compañía teatral de Andrés de Claramonte, la cómica Francisca de Gracia. Una mujer de vida distraída que se dedicó a alegrar las noches murcianas con sus actuaciones, siendo apodada “Francisca la Cómica”. Cuentan que un día, en febrero de 1609, Francisca escuchó Misa en la Catedral y decidió cambiar de vida. A partir de entonces se retiró a la Cueva de la Fuensanta, dedicando el resto de su vida a adorar a la Virgen. A su muerte, en 1638, legó a la que sería Patrona de Murcia, todas sus ropas y joyas. Por esto se considera a Francisca la primera Camarera de la Virgen, cargo en el que le sucedió, casi un siglo más tarde, mi antepasada Josefa Celdrán.
Cuentan las fuentes que la vida mística de Francisca estuvo rodeada de sucesos extraños. Cuando falleció, un pastorcillo vio un fulgor sobrenatural en la cueva y cientos de ángeles saliendo de ella. También se recuperó, de entre sus enseres, una extraña tabla con una representación de la Virgen, cuyas propiedades milagrosas provocaron que fuera ocultada por el Cardenal Belluga.
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