sábado, 7 de junio de 2014

EL MILAGRO DE CARTAGENA

Desde siempre ha existido una rivalidad casi cómica entre murcianos y cartageneros. Aparte de agravios históricos multiseculares (generalmente ficticios), es posible que la razón del desencuentro esté en que se trata de ciudades muy distintas, formadas por sociedades diferentes.
Murcia es una ciudad históricamente volcada a su huerta. La riqueza económica –y también la miseria- han venido por parte de los minifundistas que explotaban la fértil cuenca del Segura, incluyendo la explotación de la seda, y ha sido por tanto la ciudad un centro de artesanos y comerciantes.
Cartagena por su parte debe su gloria a su mar, pero su riqueza no ha sido la pesca, sino el carácter estratégico militar de su puerto. Los cartagineses la eligieron como plaza fuerte y desde entonces fue un importante enclave en el mediterráneo. Su economía ha girado en torno al ejército y sus servicios auxiliares, acompañado por las minas y la industria pública.



Esta diversidad socioeconómica ha hecho que ambas ciudades corrieran distinta suerte a lo largo de la Historia. Por lo general, Murcia ha sufrido los vaivenes asociados a la meteorología. Las riadas y sequías han marcado las épocas de carestía y pobreza. Por su parte, la ciudad departamental ha vivido a merced del sector público, que marca los ciclos de expansión y crisis de la ciudad.
A lo largo del siglo XX (Guerra Civil incluida), Cartagena vivió un prolongado declive. Agotadas las minas, que dieron un último respiro en el XIX y cedido el carácter estratégico a otros puertos más aptos para los grandes buques, Cartagena languidecía en los 80 y 90 del siglo pasado. Y sin embargo, es posible que esa miseria le haya salvado la ruina.
El desarrollo económico de los años 60 y 70 fue un auténtico desastre para la conservación del patrimonio cultural. Muchas ciudades vieron cómo se destrozaban sus edificios históricos en pos de una modernidad mal entendida, cateta y paleta. Murcia no fue una excepción. Como bien cuenta Antonio Botías.
Murcia sucumbió a la piqueta de constructores y promotores con el respaldo de una sociedad que pretendía mirarse en las grandes ciudades de Europa y América, olvidando que lo que define a una ciudad no son sus rascacielos, sino su particular visión del paso del tiempo reflejada en el trazado urbano, en sus calles y en sus monumentos.


Cartagena sin embargo carecía en aquellos años del empuje económico necesario para tales barbaridades. Los edificios modernistas y las casonas dieciochescas del centro de la ciudad languidecían abandonadas y sucias, pero ajenas al interés especulador. Tal era la pobreza de Cartagena que ni siquiera los promotores veían atractivo su destrozo. Y bajo los edificios en ruinas, la ciudad albergaba su tesoro. Escondidos en la tierra, preservados de manera excepcional, se encontraban los restos de la Carthago Nova romana, la Qart Hadast púnica y la Cartagho Spartaria bizantina, esperando, agazapados, tiempos mejores.
Y el milagro se produjo. Quizás fue el encuentro fortuito de los restos del Teatro Romano, bajo un barrio de casas humildes en ruinas, en los años 90, lo que animó a las autoridades municipales a poner la ciudad patas arriba, excavar todo lo posible y recuperar el verdadero motor económico de Cartagena: su patrimonio histórico. Afortunadamente, este proceso se realizó cuando ya había pasado el furor que asoló Murcia y muchas otras ciudades de España, de manera que la excavación se ha conjugado con la conservación y restauración de multitud de edificios históricos del centro de Cartagena.


Hoy la ciudad no se parece en nada al casco sucio, abandonado, peligroso e insalubre de finales de los 90. Pasear por Cartagena hoy es visitar una ciudad agradable al turista, poblada de terrazas y jardines, llena de fachadas que guardan una cierta coherencia, y que permiten descubrir, perfectamente musealizados, los importantes restos de la ciudad romana.


La crisis económica ha dejado muchas cosas por hacer, pero hoy Cartagena ha descubierto que la riqueza y la economía de una ciudad no provienen de la inversión extranjera o estatal sino del propio esfuerzo de los ciudadanos por ofrecer lo mejor de su tierra al turista.

No hay comentarios:

Publicar un comentario