El pueblo hebreo es, probablemente, y con permiso de los vascos (y las vascas), uno de las culturas vivas más antiguas del mundo. Probablemente su carácter de “pueblo elegido”, su orgullo como nación, les ha permitido sobrevivir a milenios de persecuciones, expulsiones y odios; incluidos –especialmente- los holocaustos nazi y soviético, que acabaron con millones de judíos. Ni siquiera la creación del estado judío por parte de la ONU les ha permitido vivir en paz; acosados, continuamente, desde hace más de 50 años, por las comunidades musulmanas que rodean Israel, cuyas naciones –por cierto- son tan artificiales e impostadas como el propio estado judío, pues fueron creadas al mismo tiempo por la ONU.
Hoy por hoy, Israel es la única democracia “occidental” en Oriente Medio. Un estado en el que se respeta la libertad de expresión, la libertad religiosa y la igualdad de género; rodeado de dictaduras teocráticas que ahorcan a los homosexuales, lapidan a las mujeres y atacan a los que no piensan como ellos. Lo natural sería que occidente apoyara sin vacilar a Israel, al menos en su aspiración de vivir en paz dentro de su territorio, especialmente la izquierda europea, que se presenta como vanguardia de los derechos humanos.
Sin embargo, la opinión pública europea se muestra mucho más proclive a apoyar a los “pobres palestinos” que luchan, con palos y piedras, contra un todopoderoso Israel que invade sus fronteras, arrasando sus poblados, y matando cruelmente a sus civiles. No cabe duda de que, por parte de los terroristas de Hamás se ha hecho una intensa campaña publicitaria para lograr instalar, en el imaginario colectivo, una imagen tan alejada de la realidad. Es de justicia reconocer el mérito que supone saber presentarse como víctima ante la opinión mundial cuando se llevan lanzados más de 3.000 misiles contra la población civil judía (algunos dirigidos a centrales nucleares), aprovechando que las medidas de protección judías han impedido una masacre entre su propio pueblo; acusando luego, con rotundo éxito, de asesino agresor genocida, al ejército que busca hacer cesar la lluvia de misiles. Las propias autoridades musulmanas de Egipto y de Al Fatah han mostrado públicamente su indignación por la actitud desleal de Hamás que destruye todos los intentos de mediación al conflicto, rompiendo todas las treguas establecidas hasta el momento.
Pero el éxito de la postura falaz de Hamás en la opinión pública occidental sólo tiene sentido si la población, tan alejada del conflicto, estuviera predispuesta a odiar a los judíos y todo lo que estos hagan. Evidentemente no toda crítica al estado de Israel tiene que estar guiada por el antisemitismo (al menos no conscientemente), pero algo debe de haber cuando la gente acepta, sin dudar, el mentiroso cliché que nos venden los terroristas palestinos que han jurado destruir al pueblo judío.
Repasando la historia de Israel, en los últimos 2.000 años, cuesta mucho no creer en la maldición bíblica que –según el Evangelio- cayó sobre el “pueblo elegido” por acabar con la vida de Jesús. Los emperadores Vespasiano y Tito cumplieron, sin saberlo, la profecía de Jesús: destruir el Templo y no dejar piedra sobre piedra. Durante cientos de años los cristianos han odiado a los judíos por razones religiosas. Pero el odio actual a los judíos difícilmente se puede explicar con estos argumentos.
Hace unos días, Iñaki Ezquerra argumentaba en ABC que el nuevo antisemitismo español deriva de nuestro propio complejo antiespañol ante un estado que no duda en defender a sus civiles frente al ataque terrorista (y a mí me viene a la mente la reacción cobarde y mucha gente ante el atentado del 11-M, culpando a Aznar por colaborar con USA en la guerra de Irak, casi exculpando a los pobrecitos terroristas que se vieron obligados a poner la bombas).
No me parece una mala explicación, pero creo que hay algo más. Frente a la locura antisemita nazi, el escritor Joseph Roth escribió que "Combatiendo a los judíos se está persiguiendo a Cristo. Por una vez, no se mata a los judíos porque hayan crucificado a Cristo, sino porque lo han engendrado. Cuando se queman los libros de autores judíos, en realidad se está echando a la hoguera el libro de los libros: la Biblia.” No se trata ya, por tanto, de vengar en los judíos la Sangre de nuestro Redentor, sino de destruir todo lo que la tradición judía ha supuesto para la formación de occidente, incluido el Cristianismo, en un empeño, creo yo, de destruir la propia civilización occidental.
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