martes, 30 de abril de 2019

SALIR DEL ARMARIO



Decía Chesterton que cuando el hombre deja de creer en Dios, enseguida cree en cualquier tontería. La civilización occidental se construyó sobre la base del cristianismo asimilado por el imperio romano, con importantes influencias de la filosofía griega. De esta combinación vino la Edad Media (no tan oscura como muchos creen) y surgió el renacimiento, con la Ilustración y la ideología de la libertad basada en el humanismo. 

También surgió de aquí, de nuestra cultura, el nacionalismo, el socialismo y sus variantes más aberrantes: el comunismo y el fascismo. Pero fundamentalmente, occidente engendró la libertad, entendida como un derecho inalienable de todo ser humano, y de la mano de la libertad, como es obvio, vino la tolerancia a cualquier ideología o creencia. Muchas personas en nuestro mundo optan por creer en distintos dioses o no creer en ninguno, sin que nadie pueda perseguirlos por razón de su fe o de su opinión. Sin embargo, ya lo advirtió Popper en 1945, hablando del comunismo: la tolerancia ilimitada acaba volviéndose en contra de la sociedad, pues si se respeta a aquellos que tienen por bandera acallar a quien discrepa, el mundo acabará siendo menos diverso y menos tolerante, pues se impondrán los radicales.

Y es que en nuestro mundo moderno la fe religiosa ha sido sustituida en muchos casos por muchas tonterías: el dinero, el poder, la ciencia (mal comprendida)… pero siguiendo esa tolerancia ilimitada hemos generado una especie de “religión laica” o mejor aún, una antirreligión que comparte con las tradicionales el dogmatismo irracional y el sectarismo, y que nos puede llevar, antes de que nos demos cuenta, a una despiadada caza de brujas como la de la inquisición inglesa.

Dispone esta nueva “religión moderna” de sus propios dogmas de fe, como son el cambio climático, la homofilia, la gerontofobia, el neofeminismo salvaje. Por tener, tiene -como el judaísmo y el islam- sus propias prescripciones gastronómicas: el veganismo. Pero si la esencia de las religiones monoteístas es la existencia indudable de un Dios todopoderoso y eterno, la raíz de esta nueva teología es el colectivismo: la negación del individuo y su capacidad para situarse en un espacio ideológico diferente del que se le asigna. Por eso sus mayores pecadores, a los que se persigue como herejes, son el obrero de derechas, el climatólogo escéptico y la mujer que no comparte las consignas de género. En la actualidad, quien se declare consumidor de carne, fumador, católico, heterosexual… es declarado enemigo de la moderna corrección política y es acallado por la masa borreguil que -por si acaso- recita como un mantra la última cadena recibida por whatsapp, sin aplicar la más mínima crítica, acallando -como siempre hacen los rebaños, al disidente, sin pensar en que algún día ellos también pueden disentir; a fin de cuentas, pensarán, yo no era socialista, ni judío, ni sindicalista, como advirtió Niemöller.
Y así se cierra el círculo de la intolerancia; evolucionando de una sociedad teocrática en la que dudar del dogma de la trinidad era motivo bastante para la hoguera, occidente supo crecer y crear la dignidad y la libertad para acabar cayendo en otros dogmas, no menos sectarios en los que, por mor de la tolerancia, se amparan los intolerantes para reprimir al hereje.





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