domingo, 25 de junio de 2017

CÓMO ACABAR CON EL ISIS




En la actualidad hay cerca de 1.500 millones de musulmanes en el mundo. Con toda seguridad, el 99% de ellos son gente pacífica que sólo busca vivir en paz conforme a los postulados del Profeta Mahoma. Quizás sólo el 1% o menos pretendan destruir occidente, arrasar nuestras ciudades, decapitarnos y violar a nuestras hijas. Pero resulta que el 1% de los musulmanes son 15 millones de personas. 15 millones de fanáticos dispuestos a morir matando infieles para entrar en el paraíso.

Hablar hoy del ISIS (como ayer de Al Qaeda) es hablar de terrorismo islámico. Al margen de las peculiares formas de ejercer el terror (decapitaciones televisadas, crucifixiones, etc.) y de la incertidumbre sobre su origen, la historia tiene siempre un patrón común: grupos suníes (generalmente) empeñados en establecer el califato mundial y acabar con todo el que no se convierta a su religión.

La idea por otro lado no es nueva entre las religiones monoteístas. También el Cristianismo tuvo su época de guerra santa, cruzadas e inquisición, pero hace muchos siglos que nadie mata en nombre de Cristo lo que permite establecer –mal que les pese a algunos- una clara diferencia entre ambas religiones. Los judíos por su parte siempre han considerado un privilegio pertenecer al pueblo elegido de Dios por lo que nunca han manifestado ese carácter proselitista que comparten cristianismo e islam.

Hoy día, nos guste o no, el problema global es el terrorismo islamista, y aceptarlo es el primer paso para acabar con él. No es fácil. Hay muchos occidentales que se niegan a aceptar la formulación del problema, o que acuden a las causas remotas (descolonización, explotación del tercer mundo, “capitalismo salvaje”) para demostrar una especie de “complejo de culpa” que nos hace merecedores de lo que nos hagan. Siguiendo este razonamiento, los terroristas musulmanes nos matan por culpa nuestra, de occidente, de los USA, o de Aznar, en lugar de aceptar que alguien nos quiere matar y que el asesino nunca puede ser justificado por sus motivos.

Dentro de esta actitud suicida y claudicante de occidente, tiene un lugar relevante la izquierda que no duda en apoyar o comprender a los musulmanes más radicales mientras enarbola la bandera de la igualdad, la defensa de la mujer o los derechos de los homosexuales. Bandera que se cuida mucho de ocultar con las tiranías teocráticas que sostienen a los terroristas.

Frente a la amenaza terrorista nuestra policía y ejército luchan a brazo partido, desarticulando una vez tras otra a los incipientes comandos, colaborando con los servicios secretos occidentales y controlando cada movimiento de radicalización. Pero sabemos que esto, con ser indispensable, no es suficiente.

Los movimientos terroristas, por muy antisistema que sean, necesitan dinero, el cochino y sucio dinero occidental que les permite comprar armas y pagar asesinos y confidentes. Y ese dinero sale de nuestros bolsillos, principalmente a través del petróleo. En mi opinión, seguir dependiendo del petróleo, al margen de cuestiones medioambientales, es una grave irresponsabilidad. Nuestros gobiernos y nuestras empresas deberían apostar por otras fuentes de energía para no fortalecer la amenaza que se cierne sobre nosotros. Sin el dinero del petróleo sus redes de financiación serían mucho más complicadas y su capacidad de aterrorizarnos sería menor.

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