martes, 26 de agosto de 2014

MURCIA Y EL EMPERADOR DE MÉXICO





Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena no tuvo suerte en la vida. Nieto del Emperador de Austria, era el segundo en la línea de sucesión del Imperio, por detrás de su hermano Francisco José, debiendo conformarse con el título de Virrey de Lombardía y Venecia que le ofreció su hermano. Tampoco fue afortunado en el amor, ya que su prometida, la princesa Amalia de Portugal, falleció antes de consumarse el matrimonio. El príncipe, resignado, se retiró al romántico palacio que se hizo construir en el mar Adriático; el palacio de Miramar, donde residió con su nueva esposa, la hija del rey de Bélgica, Carlota.  


Sin embargo, en 1863, cuando Maximiliano contaba con 30 años, su destino cambió radicalmente: El Congreso de México, a propuesta del emperador Napoleón III de Francia, nombró a Maximiliano  Emperador de México, en una operación política y palaciega muy propia del XIX. La idea de los conservadores era entregar el poder de la recientemente formada nación mexicana a un príncipe cercano a los intereses franceses. 

La aceptación de esta propuesta obligó a Maximiliano a renunciar a sus derechos sucesorios al trono de Austria, pero al tener José Fernando (y su esposa Sisí) un hijo varón (Rodolfo), que le precedía en la sucesión, Maximiliano no tuvo reparos en aceptarlo. Poco podía saber el infortunado príncipe, que su sobrino Rodolfo fallecería (en extrañas circunstancias) y que, de no haber renunciado a sus derechos sucesorios, Maximiliano habría podido ser emperador de Austria-Hungría.

En México, el emperador fue recibido con tibieza, una maniobra política y palaciega de ese nivel estaba llamada a no ser aceptada por el pueblo llano, y las intrigas entre liberales y conservadores, republicanos y monárquicos (con la presión constante de los Estados Unidos, que no quería una monarquía tan cerca) hizo fracasar el llamado Segundo Imperio de México. Maximiliano, por su parte, se enamoró de ultramar, y en los cuatro años escasos que pudo reinar, se dedicó a emprender obras de conservación y mejora de la vida de los ciudadanos, ganándose el afecto del pueblo y alejándose de los intereses napoleónicos para cuyo servicio había sido nombrado. Perdidos todos sus apoyos, el Emperador de México fue fusilado en 1867.

En este tiempo, Maximiliano había encargado a un famoso taller de París unas lámparas de bronce para su palacio Miramar, en la costa italiana. La muerte prematura dejó inacabado el encargo, ya que su mujer Carlota se volvió loca con la noticia. Por un azar del destino, tan caprichoso, las lámparas acabaron adornando el Salón de Baile de nuestro Casino, siendo las primeras de luz eléctrica  en la Ciudad.




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